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lectura de los domingos las maravillas del evangelio 1 - 06-06-21 13

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Lectura de los Domingos

La maravilla del evangelio (primera parte)

”Porque nada hay imposible para Dios.” (Lucas 1:37)

El Nuevo Testamento, al describir los efectos y resultados que produce el evangelio y su predicación sobre los verdaderos creyentes, lo hace casi invariablemente en términos de lo que denomina «el corazón» del hombre. En otras palabras, declara constantemente que la única y exclusiva respuesta verdadera al evangelio es aquella que implica a toda la personalidad y todo el ser. Porque en la Biblia «el corazón», lo más profundo y el centro del alma de uno, expresa lo que el hombre verdaderamente es. Esta verdad se manifiesta de diversas formas, tanto en la propia enseñanza de nuestro Señor como en la enseñanza subsiguiente de sus apóstoles inspirados. Nos advierten siempre contra una respuesta parcial y contra el peligro de persuadirnos a nosotros mismos de que somos cristianos basándonos en unas evidencias insuficientes. Y la prueba que debemos aplicar es esta de una respuesta completa y absoluta. Se nos advierte que creer ciertas cosas no basta de por sí, y que creer en Dios y en la divinidad de Jesucristo no prueba por sí mismo que un hombre sea cristiano, porque los demonios mismos creen estas cosas y son, en un sentido, perfectamente ortodoxos si el asentimiento es meramente intelectual. El evangelio de Jesucristo no se predica meramente para producir una respuesta en el cerebro y el intelecto.

Sin embargo, por otro lado, el evangelio no produce meramente una respuesta y una reacción en el terreno de los sentimientos. ¡Cuán a menudo se nos retrata a personas que parecen sentir las cosas profundamente pero cuyos sentimientos no conducen a nada! ¿Quién puede olvidar la ilustración de la semilla que cayó en terreno pedregoso o el relato de esas personas que siguieron a nuestro Señor hasta cierto punto y luego «se volvieron» cuando la doctrina se tornó demasiado dura para ellos? ¿Quién puede olvidar al hijo retratado en la parábola de nuestro Señor quien, cuando su padre le pidió que fuera a trabajar a la viña, respondió de inmediato y dijo: «Sí, señor, voy» pero en realidad no fue? ¡No!, el evangelio de Jesucristo no tiene el propósito de apelar meramente a los sentimientos y de producir ciertos efectos emocionales y nada más. Su propósito es llegar más adentro, incluir también la voluntad y afectar a la vida y la conducta. Pero, por otro lado, se deja igualmente claro que no tiene meramente el propósito de producir una respuesta de la voluntad y llevar a un cierto tipo de vida y de conducta, porque constantemente se nos advierte contra la mera rectitud externa, la levadura de los fariseos y el terrible peligro del ascetismo, o lo que Pablo denomina «culto voluntario». Y podríamos seguir mostrando cómo el Nuevo Testamento en su enseñanza nos advierte contra la limitación o el confinamiento de los efectos del evangelio a una sola parte de nuestra personalidad o constitución. Su tesis es siempre que el evangelio debe afectar e incluir a todo el hombre: mente, sentimientos, sensibilidad y voluntad: ciertamente todo lo que somos y poseemos. Y se nos dice que, a menos que podamos decir de este modo que hemos «obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual» fuimos entregados, no tenemos derecho a considerarnos cristianos (Romanos 6:17). Un cristiano no es alguien que solamente cree ciertas cosas o que solamente hace ciertas cosas. El cristiano cree, siente y hace. Su respuesta es completa y absoluta; cada una de sus partes se conmueve y es afectada; nada queda como estaba; todo su ser cambia y dice con el autor del himno:

Que mi vida entera esté

consagrada a ti, Señor.

O canta con el salmista: «Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser su santo nombre» (Salmo 103:1).

Así explica el Nuevo Testamento el efecto del evangelio. Tal es su descripción del verdadero cristiano. Y lo que así hallamos enunciado en la enseñanza, lo encontramos sobradamente probado y demostrado en los retratos que encontramos en él y subsiguientemente en la historia de la Iglesia cristiana. Consideremos a estos santos del Nuevo Testamento. Comencemos por el mismísimo principio, en el capítulo 1 del evangelio según Lucas. ¿Cuál ha sido el efecto de la venida del Señor Jesucristo en todos aquellos que le reconocen? Dirijámonos a los dos primeros capítulos de este evangelio para obtener la respuesta. ¿Puede haber algo más lejano a las conjeturas y lucubraciones del hombre que es únicamente un filósofo, y que considera vulgares los sentimientos y la emoción porque son lo contrario de la calma filosófica, del equilibrio mental y de esa imparcialidad y control del que le gusta presumir? ¿Puede haber algo más radicalmente distinto del sentimentalismo y emocionalismo insípido, enfermizo y deprimente (en que se da rienda suelta carnal a los sentidos) que las canciones nobles, elevadas, estimulantes y conmovedoras que hallamos aquí y que nos llevan a desear levantarnos y obrar? ¿O puede algo proporcionar tal contraste a la corrección mecánica y la justicia legal de aquellos que consideran el evangelio meramente como un código ético o una nueva visión social? ¡Míralos! Lee acerca de ellos una y otra vez. ¡Vaya!, aun antes de que naciera nuestro Señor, su madre María, llena del Espíritu Santo, derramó desde lo más profundo de su alma esas benditas palabras que denominamos el Magnificat y que comienza así: «Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador» (Lucas 1:46–47). De la misma forma, Zacarías, el padre de Juan el Bautista, pronunció el famoso Benedictus que comienza con las palabras: «Bendito el Señor Dios de Israel, que ha visitado y redimido a su pueblo» (Lucas 1:68). Sin duda, nadie puede olvidar el Gloria in Excelsis de los ángeles que oyeron los pastores, ni tampoco la forma en que los propios pastores, tras ver al Bebé en el pesebre, volvieron «glorificando y alabando a Dios» (Lucas 2:20). Y finalmente, consideremos también el Nunc Dimitis cantado por el anciano Simón mientras miraba el rostro del Hijo de Dios descansando indefenso como un bebé en sus brazos (Lucas 2:29). ¿Cuáles son las características de todas estas canciones e himnos? Como ya hemos señalado, proceden claramente de lo más profundo del alma y lo que expresan es gratitud, asombro y adoración. Esa era la respuesta que producía Jesucristo aun cuando era un Bebé.

Al examinar el resto de su historia hallamos continuamente lo mismo, tanto en los días de su ministerio terrenal como después. Observemos las distintas personas que caen a sus pies y le adoran. Escuchémosles alabar a Dios por lo que han visto y oído. Leamos los escritos de los diversos apóstoles y observemos cómo prorrumpen constantemente en alabanza, asombro y adoración. Ciertamente no hay nada tan típico y característico de los escritos de Pablo como la forma en que interrumpe constantemente su discurso y argumentación con un himno de alabanza a Dios al contemplar la gran salvación obrada en Jesucristo. Y lo mismo puede decirse de todos los demás y de todos los santos que han vivido desde entonces.

En otras palabras, queda muy claro y manifiesto a partir de un mero estudio superficial de la historia de la Iglesia cristiana que cristiano es aquel cuyo ser ha sido conmovido y afectado en su totalidad por el evangelio. Por supuesto que ha creído ciertas cosas; por supuesto, que ha sentido ciertas cosas, por supuesto que ha renunciado a sus pecados y está haciendo todo lo posible para vivir una vida nueva y mejor; pero, por encima de todo lo demás, es alguien que, como estas personas en los primeros tiempos, desea alabar a Dios y magnificar su santo nombre con toda su alma y ser. Sin duda esa es, pues, la verdadera prueba que debemos aplicarnos a nosotros mismos hoy en día.

Algunas preguntas para reflexionar:

¿El pensamiento de la venida de Nuestro Señor nos apremia a alabar a Dios?

¿Nos hemos conmovido en lo más profundo de nuestro ser cuando pensamos acerca de la venida de Jesucristo a este mundo?

¿Sentimos que ha sido él quien nosha supuesto el cambio y que sin él estaríamos completamente perdidos?

¿Le hemos dado alguna vez las gracias a Dios por él con todo nuestro ser?

Hasta aquí la lectura por el día de hoy, continuaremos, Dios mediante, el siguiente domingo. Dios te bendiga.

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La maravilla del evangelio (primera parte)

”Porque nada hay imposible para Dios.” (Lucas 1:37)

El Nuevo Testamento, al describir los efectos y resultados que produce el evangelio y su predicación sobre los verdaderos creyentes, lo hace casi invariablemente en términos de lo que denomina «el corazón» del hombre. En otras palabras, declara constantemente que la única y exclusiva respuesta verdadera al evangelio es aquella que implica a toda la personalidad y todo el ser. Porque en la Biblia «el corazón», lo más profundo y el centro del alma de uno, expresa lo que el hombre verdaderamente es. Esta verdad se manifiesta de diversas formas, tanto en la propia enseñanza de nuestro Señor como en la enseñanza subsiguiente de sus apóstoles inspirados. Nos advierten siempre contra una respuesta parcial y contra el peligro de persuadirnos a nosotros mismos de que somos cristianos basándonos en unas evidencias insuficientes. Y la prueba que debemos aplicar es esta de una respuesta completa y absoluta. Se nos advierte que creer ciertas cosas no basta de por sí, y que creer en Dios y en la divinidad de Jesucristo no prueba por sí mismo que un hombre sea cristiano, porque los demonios mismos creen estas cosas y son, en un sentido, perfectamente ortodoxos si el asentimiento es meramente intelectual. El evangelio de Jesucristo no se predica meramente para producir una respuesta en el cerebro y el intelecto.

Sin embargo, por otro lado, el evangelio no produce meramente una respuesta y una reacción en el terreno de los sentimientos. ¡Cuán a menudo se nos retrata a personas que parecen sentir las cosas profundamente pero cuyos sentimientos no conducen a nada! ¿Quién puede olvidar la ilustración de la semilla que cayó en terreno pedregoso o el relato de esas personas que siguieron a nuestro Señor hasta cierto punto y luego «se volvieron» cuando la doctrina se tornó demasiado dura para ellos? ¿Quién puede olvidar al hijo retratado en la parábola de nuestro Señor quien, cuando su padre le pidió que fuera a trabajar a la viña, respondió de inmediato y dijo: «Sí, señor, voy» pero en realidad no fue? ¡No!, el evangelio de Jesucristo no tiene el propósito de apelar meramente a los sentimientos y de producir ciertos efectos emocionales y nada más. Su propósito es llegar más adentro, incluir también la voluntad y afectar a la vida y la conducta. Pero, por otro lado, se deja igualmente claro que no tiene meramente el propósito de producir una respuesta de la voluntad y llevar a un cierto tipo de vida y de conducta, porque constantemente se nos advierte contra la mera rectitud externa, la levadura de los fariseos y el terrible peligro del ascetismo, o lo que Pablo denomina «culto voluntario». Y podríamos seguir mostrando cómo el Nuevo Testamento en su enseñanza nos advierte contra la limitación o el confinamiento de los efectos del evangelio a una sola parte de nuestra personalidad o constitución. Su tesis es siempre que el evangelio debe afectar e incluir a todo el hombre: mente, sentimientos, sensibilidad y voluntad: ciertamente todo lo que somos y poseemos. Y se nos dice que, a menos que podamos decir de este modo que hemos «obedecido de corazón a aquella forma de doctrina a la cual» fuimos entregados, no tenemos derecho a considerarnos cristianos (Romanos 6:17). Un cristiano no es alguien que solamente cree ciertas cosas o que solamente hace ciertas cosas. El cristiano cree, siente y hace. Su respuesta es completa y absoluta; cada una de sus partes se conmueve y es afectada; nada queda como estaba; todo su ser cambia y dice con el autor del himno:

Que mi vida entera esté

consagrada a ti, Señor.

O canta con el salmista: «Bendice, alma mía, a Jehová, y bendiga todo mi ser su santo nombre» (Salmo 103:1).

Así explica el Nuevo Testamento el efecto del evangelio. Tal es su descripción del verdadero cristiano. Y lo que así hallamos enunciado en la enseñanza, lo encontramos sobradamente probado y demostrado en los retratos que encontramos en él y subsiguientemente en la historia de la Iglesia cristiana. Consideremos a estos santos del Nuevo Testamento. Comencemos por el mismísimo principio, en el capítulo 1 del evangelio según Lucas. ¿Cuál ha sido el efecto de la venida del Señor Jesucristo en todos aquellos que le reconocen? Dirijámonos a los dos primeros capítulos de este evangelio para obtener la respuesta. ¿Puede haber algo más lejano a las conjeturas y lucubraciones del hombre que es únicamente un filósofo, y que considera vulgares los sentimientos y la emoción porque son lo contrario de la calma filosófica, del equilibrio mental y de esa imparcialidad y control del que le gusta presumir? ¿Puede haber algo más radicalmente distinto del sentimentalismo y emocionalismo insípido, enfermizo y deprimente (en que se da rienda suelta carnal a los sentidos) que las canciones nobles, elevadas, estimulantes y conmovedoras que hallamos aquí y que nos llevan a desear levantarnos y obrar? ¿O puede algo proporcionar tal contraste a la corrección mecánica y la justicia legal de aquellos que consideran el evangelio meramente como un código ético o una nueva visión social? ¡Míralos! Lee acerca de ellos una y otra vez. ¡Vaya!, aun antes de que naciera nuestro Señor, su madre María, llena del Espíritu Santo, derramó desde lo más profundo de su alma esas benditas palabras que denominamos el Magnificat y que comienza así: «Engrandece mi alma al Señor; y mi espíritu se regocija en Dios mi Salvador» (Lucas 1:46–47). De la misma forma, Zacarías, el padre de Juan el Bautista, pronunció el famoso Benedictus que comienza con las palabras: «Bendito el Señor Dios de Israel, que ha visitado y redimido a su pueblo» (Lucas 1:68). Sin duda, nadie puede olvidar el Gloria in Excelsis de los ángeles que oyeron los pastores, ni tampoco la forma en que los propios pastores, tras ver al Bebé en el pesebre, volvieron «glorificando y alabando a Dios» (Lucas 2:20). Y finalmente, consideremos también el Nunc Dimitis cantado por el anciano Simón mientras miraba el rostro del Hijo de Dios descansando indefenso como un bebé en sus brazos (Lucas 2:29). ¿Cuáles son las características de todas estas canciones e himnos? Como ya hemos señalado, proceden claramente de lo más profundo del alma y lo que expresan es gratitud, asombro y adoración. Esa era la respuesta que producía Jesucristo aun cuando era un Bebé.

Al examinar el resto de su historia hallamos continuamente lo mismo, tanto en los días de su ministerio terrenal como después. Observemos las distintas personas que caen a sus pies y le adoran. Escuchémosles alabar a Dios por lo que han visto y oído. Leamos los escritos de los diversos apóstoles y observemos cómo prorrumpen constantemente en alabanza, asombro y adoración. Ciertamente no hay nada tan típico y característico de los escritos de Pablo como la forma en que interrumpe constantemente su discurso y argumentación con un himno de alabanza a Dios al contemplar la gran salvación obrada en Jesucristo. Y lo mismo puede decirse de todos los demás y de todos los santos que han vivido desde entonces.

En otras palabras, queda muy claro y manifiesto a partir de un mero estudio superficial de la historia de la Iglesia cristiana que cristiano es aquel cuyo ser ha sido conmovido y afectado en su totalidad por el evangelio. Por supuesto que ha creído ciertas cosas; por supuesto, que ha sentido ciertas cosas, por supuesto que ha renunciado a sus pecados y está haciendo todo lo posible para vivir una vida nueva y mejor; pero, por encima de todo lo demás, es alguien que, como estas personas en los primeros tiempos, desea alabar a Dios y magnificar su santo nombre con toda su alma y ser. Sin duda esa es, pues, la verdadera prueba que debemos aplicarnos a nosotros mismos hoy en día.

Algunas preguntas para reflexionar:

¿El pensamiento de la venida de Nuestro Señor nos apremia a alabar a Dios?

¿Nos hemos conmovido en lo más profundo de nuestro ser cuando pensamos acerca de la venida de Jesucristo a este mundo?

¿Sentimos que ha sido él quien nosha supuesto el cambio y que sin él estaríamos completamente perdidos?

¿Le hemos dado alguna vez las gracias a Dios por él con todo nuestro ser?

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