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Luis Alfredo Garavito: La bestia (El asesino de niños)

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“Personalmente pienso como decía el apóstol San Pablo en 'Romanos', capítulo 7, versículo 15, porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Aparezco como un ser diabólico, despiadado y malvado pero eso no es así, soy un ser humano que sufrí terriblemente y sigo sufriendo…” Luis Alfredo Garavito El colombiano Luis Alfredo Garavito ha pasado a la historia del crimen como uno de los asesinos en serie más prolíficos. Confesó haber violado, torturado y posteriormente asesinado a 140 menores (todos varones entre 6 y 16 años) aunque algunos expertos señalan que sus víctimas pudieron llegar a 192. Recorrió unas cinco veces el país. Visitó sesenta y nueve municipios, en treinta y tres de los cuáles cometería sus crímenes. Llegó a inventar dos Fundaciones, una para ancianos y otra para menores, que le permitían dar charlas en escuelas y en otros lugares en donde podía estar cerca de niños. Garavito solía beber antes de atacar a sus víctimas y sumido en los efectos del alcohol, procedía a cometer los actos más atroces. A cada chico que mató también violó y torturó. Adoraba manosear a sus jóvenes víctimas, pero también las golpeaba, les pateaba el pecho, la cara y el estómago; les saltaba encima, les pisoteaba las manos; a algunos les amputó dedos, les cercenó las orejas e incluso los genitales; muchas veces mutiló, desmembró e incluso decapitó. El origen de un monstruo Luis Alfredo Garavito Cubillos nació en Génova, Quindío (Colombia), el 25 de enero de 1957. Fue el mayor de siete hermanos y durante su infancia vivió la falta de afecto y el maltrato físico por parte de su padre. Según su testimonio, fue víctima de abuso sexual y golpizas, no sólo de su padre, sino también de dos de sus vecinos que abusaron sexualmente de él durante años. Garavito creció siendo un niño retraído, taciturno e infeliz, que tenía explosiones violentas. Estudió hasta quinto grado de primaria y un día se marchó. Nada se sabe de su familia, tan sólo de un primo que le facilitó una buena coartada en alguna ocasión. Tuvo varios trabajos, generalmente en almacenes como vendedor. Hasta principios de los noventa intentó llevar una vida normal. Pero ya era alcohólico y tenía accesos de ira que le movían a golpear a sus compañeros y a enfrentarse con sus jefes. Cuando rondaba los treinta y cinco años, decidió someterse a tratamiento psiquiátrico en el Seguro Social. Lo recibió durante cinco años y si bien no le ayudó a corregirse, el certificado médico de tratamiento le sirvió varias veces para impedir que le despidieran por violento. Cada día su comportamiento era menos sociable y le resultaba imposible mantener un empleo formal. A mediados de los noventa comenzó a recorrer el país como vendedor ambulante. Vendía estampas religiosas con la imagen del Papa Juan Pablo II y del Niño del 20 de Julio, uno de los más venerados en Colombia. Llegó a convivir en dos oportunidades con mujeres a las que protegía como un marido celoso, pero con quienes nunca se comportó como un amante. Golpeaba a las dos mujeres con las que llegó a convivir en diferentes momentos pero, curiosamente, nunca le pegó a los dos hijos que cada una de ellas tenía, y que eran fruto de otras relaciones. Garavito inició su carrera criminal en 1992. Su modus operandi fue siempre el mismo. Primero recorría el lugar e identificaba su objetivo. Escogía campesinos, escolares, trabajadores. Le gustaba que fueran agradables físicamente. Garavito abordaba a los niños que llamaban su atención en parques infantiles, canchas deportivas, terminales de autobuses, mercados y barrios marginales. En repetidas ocasiones se hizo pasar por vendedor ambulante, monje, indigente, discapacitado y representante de fundaciones ficticias en favor de niños y ancianos. Usaba además sobrenombres y alias; era conocido como “Alfredo Salazar”, “El Loco”, “Tribilín”, “Conflicto” y “El Cura”. A lo largo de su vida, el aspecto físico de Garavito fue siempre cambiante. Sus objetivos eran chicos de entre seis y dieciséis años, de bajo nivel socioeconómico. Tras entablar conversación con ellos, les ofrecía dinero y los invitaba a caminar a algún sitio despoblado. Cuando los niños se cansaban, Garavito los atacaba. Luego sacaba una libreta y anotaba: fecha, lugar y rayitas; una raya por cada niño muerto. En su casa, que ya sólo utilizaba de guarida, escondía los recortes de periódicos que hablaban de los niños que desaparecían, las pesquisas policiales que nunca lograban desvelar lo ocurrido y el drama de las familias. También un calendario de pared o almanaque, donde iba señalando las fechas de sus crímenes. En la desfigurada psiquis de Garavito, se había establecido la fatídica asociación entre el dolor ajeno y el placer propio. Garavito descubrió que la intensidad de sus orgasmos aumentaba cuando aumentaba la violencia que sobre sus víctimas ejercía, debido a lo cual empezó a torturar a sus pequeñas víctimas. Sin embargo el nacimiento de esa oscura faceta no liquidó su conciencia moral; la cual, si bien no servía para frenarlo, sí que servía para atormentarlo. Fue entonces que intentó darle una explicación bíblica a sus actos y su religiosidad se volvió compulsiva, haciéndolo buscar no solo perdón y redención sino castigo para sus pecados. Tan grandes eran sus remordimientos que a veces, sacudido por la angustia, se levantaba desorientado en medio de la madrugada, recordando cada violación que acudía a su mente, reviviendo las terribles escenas en que sus inocentes víctimas, una vez más, lo miraban con los ojos desorbitados por el dolor y el terror, no ya para traerle placer sino profusas lágrimas que resbalaban por su rostro y luego, sorprendentemente, eran seguidas por sarcásticas risas suscitadas por la evocación del sádico gozo. Garavito tenía dos lados. Uno lo impulsaba a violar y torturar niños; el otro, lo hacía llorar de remordimiento, recitar versículos de la Biblia en voz alta con fervor y anhelar el perdón de Dios. Para su lado sangriento tenía una libreta en que apuntaba el nombre de cada niño violado; y, para su lado bueno, tenía una libreta azul en que anotaba cada versículo aplicable a su crisis. Captura y condena Para 1997 Garavito había sumado decenas de cadáveres. La policía encontró treinta y seis cadáveres putrefactos de niños en las afueras de la ciudad de Pereira. Sólo en ese momento se abrió una investigación. Las explicaciones policiales indicaban varias líneas: sectas satánicas, tráfico de órganos y prostitución infantil. El 23 de junio de 1998 aparecieron tres cadáveres más en Génova. Durante la investigación y por casualidad, se supo que en otra zona del país se había enviado una orden de captura contra Luis Alfredo Garavito Cubillos, por la violación y muerte de un niño. Meses después, se descubrieron doce osamentas de niños a las afueras de Villavicencio; uno de ellos había sido decapitado. Días más tarde se encontraron nuevos cuerpos: pertenecían a nueve niños, de edades comprendidas entre los siete y los dieciséis años. El 22 de abril de 1999, en la plaza Centauros de Villavicencio, Garavito se dirigió a un chico llamado John Iván. Cuando estuvo cerca de él, le mostró un cuchillo, obligándolo a subir con él a un taxi. Siguiendo sus órdenes, el niño hizo el trayecto en el taxi en completo silencio, hasta llegar a las afueras de la ciudad. Garavito llevó al niño detrás de una alambrada; obligó a John Iván a quitarse la ropa, lo ató y lo hizo caminar hasta que el cansancio no le permitió continuar. Entonces intentó violarlo, pero en ese momento se le desató el nudo del pañuelo que cubría su boca y comenzó a gritar. Otro niño que escucho los gritos de John Iván se acercó para ayudarlo. Garavito, al ser descubierto, desató a John Iván para ir a esconderse en el bosque, pero esté consiguió escapar. Los dos niños corrieron y consiguieron huir. Otro niño que consiguió salvarse después de ser agredido sexualmente por Garavito fue Brand Fernery Bernal. Los testimonios de John Iván y de Brand Fernery serían claves para la condena de Garavito. El 24 de junio de 1998, los cuerpos de tres niños de nueve, doce y trece años fueron hallados sin vida en la finca La Merced, en Génova (Quindío), con evidentes signos de tortura y desmembración de las extremidades. Los menores fueron vistos por última vez cinco días antes en el parque central del municipio, en compañía de un adulto, quien al parecer les ofreció dinero para que lo ayudaran a buscar una res en las fincas cercanas a Génova. Este caso inició una alarmante ola de desapariciones de niños en más de once departamentos de Colombia. A raíz de ello, se creó una Comisión Especial de Investigadores de la Fiscalía General de la Nación. Con base en un cruce de información entre la policía de Tunja, Armenia y Pereira, se logró establecer que los casos de desaparición de menores en esas ciudades guardaban similitud, ante lo que se conformó un álbum con fotografías de veinticinco posibles sospechosos. Asesinatos similares ocurrieron en los departamentos del Meta, Cundinamarca, Antioquia, Quindío, Caldas, Valle del Cauca, Huila, Cauca, Caquetá y Nariño. En julio de 1999 se celebró una reunión cumbre en Pereira, con todos los investigadores, fiscales y equipos científicos comprometidos con cada uno de los casos. En la mayoría de las escenas de los crímenes de niños se hallaron elementos comunes: fibras sintéticas de ataduras, bolsas plásticas, botellas y tapas de bebidas alcohólicas. Mediante el cruce de información entre los diferentes equipos policiales, se estableció que una de las fotografías del álbum con el nombre de “Bonifacio Morera Lizcano” correspondía en realidad a Luis Alfredo Garavito Cubillos. El 22 de abril de 1999, miembros del Cuerpo Técnico de Investigación de la Fiscalía capturaron in fraganti a Garavito en Villavicencio, en los momentos en que intentaba agredir sexualmente a un menor. Pese a que Garavito dio un nombre falso, la policía lo identificó gracias a sus huellas digitales. Lo interrogaron durante horas; cuando se vio acorralado por el fiscal que le interrogaba, Luis Alfredo Garavito cayó de rodillas, soltó el llanto, pidió perdón por lo que había hecho y dijo que iba a confesar. Sacó su pequeña libreta negra y detalló, uno a uno, todos sus crímenes. Confesó ser el responsable no sólo de la muerte del menor hallado en Tunja, sino también de los tres niños de Génova y de otros 172 crímenes cometidos contra niños y adolescentes en once departamentos del país, entre 1992 y 1998. Garavito se convertía así en el segundo asesino en serie más prolífico de la historia contemporánea. Garavito fue juzgado por 172 asesinatos. Era la primera vez que un asesino en serie sudamericano acumulaba tantos cargos de homicidio. De todos ellos, Garavito recibió 138 fallos condenatorios; 32 casos quedaron pendientes, uno en apelación y uno esperando sentencia. La suma de las condenas era de 1.853 años y nueve días. En una entrevista concedida al periodista Guillermo Prieto Larrotta “Pirry” y transmitida por el canal Colombiano RCN el 11 de junio de 2006, Garavito negó haber violado a sus víctimas; en este mismo trabajo periodístico dicho asesino aseguraba que había cometido los crímenes por supuestas órdenes del diablo. Anunciaba además que había sido ordenado Pastor de la Iglesia Pentecostal Unida de Colombia (Iglesia Unitaria) y que aspiraba, algún día, a tener una curul en el Congreso de Colombia... ¡para defender los derechos de los niños! Según se publicó en el periódico colombiano El Espectador: “A partir de entonces, (Garavito) guarda en su celda libros cristianos, escribe cosas sobre la Biblia y ora por todos los pecadores. Amarilles Gallego, el pastor encargado de Garavito, está tan convencido de su cambio, que asegura ser capaz de dejar a sus hijos en la celda solos con él”. Esta anécdota sirvió como base para rodar la película protagonizada por Damián Alcázar, titulada Crónicas, que cuenta de forma cruda la historia de Garavito. A raíz de este caso, se adelantó una propuesta para convocar a un referendo de enmienda a la constitución colombiana para permitir la instauración de la cadena perpetua para violadores, secuestradores e infanticidas. Garavito estuvo a punto de ser dejado en libertad en 2010, pero la presión de la opinión pública a raíz de la entrevista que le hizo “Pirry” logró que se abriera un nuevo proceso por otro crimen, lo que dio como resultado una condena de veintitrés años más. Al saberlo, Garavito intentó suicidarse golpeándose la cabeza contra las rejas de su celda. Garavito está recluido en el Penal de Máxima Seguridad de Valledupar, en el norte de Colombia, una de las cárceles más seguras del país.
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“Personalmente pienso como decía el apóstol San Pablo en 'Romanos', capítulo 7, versículo 15, porque lo que hago, no lo entiendo; pues no hago lo que quiero, sino lo que aborrezco, eso hago. Aparezco como un ser diabólico, despiadado y malvado pero eso no es así, soy un ser humano que sufrí terriblemente y sigo sufriendo…” Luis Alfredo Garavito El colombiano Luis Alfredo Garavito ha pasado a la historia del crimen como uno de los asesinos en serie más prolíficos. Confesó haber violado, torturado y posteriormente asesinado a 140 menores (todos varones entre 6 y 16 años) aunque algunos expertos señalan que sus víctimas pudieron llegar a 192. Recorrió unas cinco veces el país. Visitó sesenta y nueve municipios, en treinta y tres de los cuáles cometería sus crímenes. Llegó a inventar dos Fundaciones, una para ancianos y otra para menores, que le permitían dar charlas en escuelas y en otros lugares en donde podía estar cerca de niños. Garavito solía beber antes de atacar a sus víctimas y sumido en los efectos del alcohol, procedía a cometer los actos más atroces. A cada chico que mató también violó y torturó. Adoraba manosear a sus jóvenes víctimas, pero también las golpeaba, les pateaba el pecho, la cara y el estómago; les saltaba encima, les pisoteaba las manos; a algunos les amputó dedos, les cercenó las orejas e incluso los genitales; muchas veces mutiló, desmembró e incluso decapitó. El origen de un monstruo Luis Alfredo Garavito Cubillos nació en Génova, Quindío (Colombia), el 25 de enero de 1957. Fue el mayor de siete hermanos y durante su infancia vivió la falta de afecto y el maltrato físico por parte de su padre. Según su testimonio, fue víctima de abuso sexual y golpizas, no sólo de su padre, sino también de dos de sus vecinos que abusaron sexualmente de él durante años. Garavito creció siendo un niño retraído, taciturno e infeliz, que tenía explosiones violentas. Estudió hasta quinto grado de primaria y un día se marchó. Nada se sabe de su familia, tan sólo de un primo que le facilitó una buena coartada en alguna ocasión. Tuvo varios trabajos, generalmente en almacenes como vendedor. Hasta principios de los noventa intentó llevar una vida normal. Pero ya era alcohólico y tenía accesos de ira que le movían a golpear a sus compañeros y a enfrentarse con sus jefes. Cuando rondaba los treinta y cinco años, decidió someterse a tratamiento psiquiátrico en el Seguro Social. Lo recibió durante cinco años y si bien no le ayudó a corregirse, el certificado médico de tratamiento le sirvió varias veces para impedir que le despidieran por violento. Cada día su comportamiento era menos sociable y le resultaba imposible mantener un empleo formal. A mediados de los noventa comenzó a recorrer el país como vendedor ambulante. Vendía estampas religiosas con la imagen del Papa Juan Pablo II y del Niño del 20 de Julio, uno de los más venerados en Colombia. Llegó a convivir en dos oportunidades con mujeres a las que protegía como un marido celoso, pero con quienes nunca se comportó como un amante. Golpeaba a las dos mujeres con las que llegó a convivir en diferentes momentos pero, curiosamente, nunca le pegó a los dos hijos que cada una de ellas tenía, y que eran fruto de otras relaciones. Garavito inició su carrera criminal en 1992. Su modus operandi fue siempre el mismo. Primero recorría el lugar e identificaba su objetivo. Escogía campesinos, escolares, trabajadores. Le gustaba que fueran agradables físicamente. Garavito abordaba a los niños que llamaban su atención en parques infantiles, canchas deportivas, terminales de autobuses, mercados y barrios marginales. En repetidas ocasiones se hizo pasar por vendedor ambulante, monje, indigente, discapacitado y representante de fundaciones ficticias en favor de niños y ancianos. Usaba además sobrenombres y alias; era conocido como “Alfredo Salazar”, “El Loco”, “Tribilín”, “Conflicto” y “El Cura”. A lo largo de su vida, el aspecto físico de Garavito fue siempre cambiante. Sus objetivos eran chicos de entre seis y dieciséis años, de bajo nivel socioeconómico. Tras entablar conversación con ellos, les ofrecía dinero y los invitaba a caminar a algún sitio despoblado. Cuando los niños se cansaban, Garavito los atacaba. Luego sacaba una libreta y anotaba: fecha, lugar y rayitas; una raya por cada niño muerto. En su casa, que ya sólo utilizaba de guarida, escondía los recortes de periódicos que hablaban de los niños que desaparecían, las pesquisas policiales que nunca lograban desvelar lo ocurrido y el drama de las familias. También un calendario de pared o almanaque, donde iba señalando las fechas de sus crímenes. En la desfigurada psiquis de Garavito, se había establecido la fatídica asociación entre el dolor ajeno y el placer propio. Garavito descubrió que la intensidad de sus orgasmos aumentaba cuando aumentaba la violencia que sobre sus víctimas ejercía, debido a lo cual empezó a torturar a sus pequeñas víctimas. Sin embargo el nacimiento de esa oscura faceta no liquidó su conciencia moral; la cual, si bien no servía para frenarlo, sí que servía para atormentarlo. Fue entonces que intentó darle una explicación bíblica a sus actos y su religiosidad se volvió compulsiva, haciéndolo buscar no solo perdón y redención sino castigo para sus pecados. Tan grandes eran sus remordimientos que a veces, sacudido por la angustia, se levantaba desorientado en medio de la madrugada, recordando cada violación que acudía a su mente, reviviendo las terribles escenas en que sus inocentes víctimas, una vez más, lo miraban con los ojos desorbitados por el dolor y el terror, no ya para traerle placer sino profusas lágrimas que resbalaban por su rostro y luego, sorprendentemente, eran seguidas por sarcásticas risas suscitadas por la evocación del sádico gozo. Garavito tenía dos lados. Uno lo impulsaba a violar y torturar niños; el otro, lo hacía llorar de remordimiento, recitar versículos de la Biblia en voz alta con fervor y anhelar el perdón de Dios. Para su lado sangriento tenía una libreta en que apuntaba el nombre de cada niño violado; y, para su lado bueno, tenía una libreta azul en que anotaba cada versículo aplicable a su crisis. Captura y condena Para 1997 Garavito había sumado decenas de cadáveres. La policía encontró treinta y seis cadáveres putrefactos de niños en las afueras de la ciudad de Pereira. Sólo en ese momento se abrió una investigación. Las explicaciones policiales indicaban varias líneas: sectas satánicas, tráfico de órganos y prostitución infantil. El 23 de junio de 1998 aparecieron tres cadáveres más en Génova. Durante la investigación y por casualidad, se supo que en otra zona del país se había enviado una orden de captura contra Luis Alfredo Garavito Cubillos, por la violación y muerte de un niño. Meses después, se descubrieron doce osamentas de niños a las afueras de Villavicencio; uno de ellos había sido decapitado. Días más tarde se encontraron nuevos cuerpos: pertenecían a nueve niños, de edades comprendidas entre los siete y los dieciséis años. El 22 de abril de 1999, en la plaza Centauros de Villavicencio, Garavito se dirigió a un chico llamado John Iván. Cuando estuvo cerca de él, le mostró un cuchillo, obligándolo a subir con él a un taxi. Siguiendo sus órdenes, el niño hizo el trayecto en el taxi en completo silencio, hasta llegar a las afueras de la ciudad. Garavito llevó al niño detrás de una alambrada; obligó a John Iván a quitarse la ropa, lo ató y lo hizo caminar hasta que el cansancio no le permitió continuar. Entonces intentó violarlo, pero en ese momento se le desató el nudo del pañuelo que cubría su boca y comenzó a gritar. Otro niño que escucho los gritos de John Iván se acercó para ayudarlo. Garavito, al ser descubierto, desató a John Iván para ir a esconderse en el bosque, pero esté consiguió escapar. Los dos niños corrieron y consiguieron huir. Otro niño que consiguió salvarse después de ser agredido sexualmente por Garavito fue Brand Fernery Bernal. Los testimonios de John Iván y de Brand Fernery serían claves para la condena de Garavito. El 24 de junio de 1998, los cuerpos de tres niños de nueve, doce y trece años fueron hallados sin vida en la finca La Merced, en Génova (Quindío), con evidentes signos de tortura y desmembración de las extremidades. Los menores fueron vistos por última vez cinco días antes en el parque central del municipio, en compañía de un adulto, quien al parecer les ofreció dinero para que lo ayudaran a buscar una res en las fincas cercanas a Génova. Este caso inició una alarmante ola de desapariciones de niños en más de once departamentos de Colombia. A raíz de ello, se creó una Comisión Especial de Investigadores de la Fiscalía General de la Nación. Con base en un cruce de información entre la policía de Tunja, Armenia y Pereira, se logró establecer que los casos de desaparición de menores en esas ciudades guardaban similitud, ante lo que se conformó un álbum con fotografías de veinticinco posibles sospechosos. Asesinatos similares ocurrieron en los departamentos del Meta, Cundinamarca, Antioquia, Quindío, Caldas, Valle del Cauca, Huila, Cauca, Caquetá y Nariño. En julio de 1999 se celebró una reunión cumbre en Pereira, con todos los investigadores, fiscales y equipos científicos comprometidos con cada uno de los casos. En la mayoría de las escenas de los crímenes de niños se hallaron elementos comunes: fibras sintéticas de ataduras, bolsas plásticas, botellas y tapas de bebidas alcohólicas. Mediante el cruce de información entre los diferentes equipos policiales, se estableció que una de las fotografías del álbum con el nombre de “Bonifacio Morera Lizcano” correspondía en realidad a Luis Alfredo Garavito Cubillos. El 22 de abril de 1999, miembros del Cuerpo Técnico de Investigación de la Fiscalía capturaron in fraganti a Garavito en Villavicencio, en los momentos en que intentaba agredir sexualmente a un menor. Pese a que Garavito dio un nombre falso, la policía lo identificó gracias a sus huellas digitales. Lo interrogaron durante horas; cuando se vio acorralado por el fiscal que le interrogaba, Luis Alfredo Garavito cayó de rodillas, soltó el llanto, pidió perdón por lo que había hecho y dijo que iba a confesar. Sacó su pequeña libreta negra y detalló, uno a uno, todos sus crímenes. Confesó ser el responsable no sólo de la muerte del menor hallado en Tunja, sino también de los tres niños de Génova y de otros 172 crímenes cometidos contra niños y adolescentes en once departamentos del país, entre 1992 y 1998. Garavito se convertía así en el segundo asesino en serie más prolífico de la historia contemporánea. Garavito fue juzgado por 172 asesinatos. Era la primera vez que un asesino en serie sudamericano acumulaba tantos cargos de homicidio. De todos ellos, Garavito recibió 138 fallos condenatorios; 32 casos quedaron pendientes, uno en apelación y uno esperando sentencia. La suma de las condenas era de 1.853 años y nueve días. En una entrevista concedida al periodista Guillermo Prieto Larrotta “Pirry” y transmitida por el canal Colombiano RCN el 11 de junio de 2006, Garavito negó haber violado a sus víctimas; en este mismo trabajo periodístico dicho asesino aseguraba que había cometido los crímenes por supuestas órdenes del diablo. Anunciaba además que había sido ordenado Pastor de la Iglesia Pentecostal Unida de Colombia (Iglesia Unitaria) y que aspiraba, algún día, a tener una curul en el Congreso de Colombia... ¡para defender los derechos de los niños! Según se publicó en el periódico colombiano El Espectador: “A partir de entonces, (Garavito) guarda en su celda libros cristianos, escribe cosas sobre la Biblia y ora por todos los pecadores. Amarilles Gallego, el pastor encargado de Garavito, está tan convencido de su cambio, que asegura ser capaz de dejar a sus hijos en la celda solos con él”. Esta anécdota sirvió como base para rodar la película protagonizada por Damián Alcázar, titulada Crónicas, que cuenta de forma cruda la historia de Garavito. A raíz de este caso, se adelantó una propuesta para convocar a un referendo de enmienda a la constitución colombiana para permitir la instauración de la cadena perpetua para violadores, secuestradores e infanticidas. Garavito estuvo a punto de ser dejado en libertad en 2010, pero la presión de la opinión pública a raíz de la entrevista que le hizo “Pirry” logró que se abriera un nuevo proceso por otro crimen, lo que dio como resultado una condena de veintitrés años más. Al saberlo, Garavito intentó suicidarse golpeándose la cabeza contra las rejas de su celda. Garavito está recluido en el Penal de Máxima Seguridad de Valledupar, en el norte de Colombia, una de las cárceles más seguras del país.
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