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Primera parte de "Contar es escuchar" , de Úrsula K. Le Guin

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Las artes tienen una enorme capacidad para establecer comunidades humanas y cohesionarlas. Las historias, contadas o escritas, sin duda nos sirven para ampliar el entendimiento que tenemos de los demás y de nuestro lugar en el mundo. Tales usos son intrínsecos a la obra de arte, una de sus partes esenciales. Pero, con toda seguridad, cualquier finalidad definida, consciente u objetiva opacará o deformará esa esencia. Aun cuando no sienta que mis habilidades y experiencia son suficientes (y nunca lo son), debo confiar en mis dones y, por ende, confiar en la historia que escribo, saber que su utilidad, su sentido o su belleza quizá vayan mucho más allá de cualquier cosa que yo haya podido planear. Una historia es una colaboración entre el narrador y el público, entre el escritor y el lector. La narrativa no solo es fabulación, sino confabulación. Sin el lector no hay historia. Por muy bien escrita que esté, no existe como historia si nadie la lee. El lector la hace realidad tanto como el escritor. Los escritores tienden a desestimar este hecho, quizá porque les molesta. La relación entre el escritor y el lector se ve como una cuestión de control y consentimiento. El escritor es El Maestro, el que domina, controla y manipula el interés y las emociones del lector. A muchos escritores les encanta esta idea. Y los lectores perezosos quieren escritores dominantes. Desean que el escritor haga todo el trabajo mientras ellos se lo quedan mirando, como si de la televisión se tratara. La mayoría de los best sellers están escritos para unos lectores dispuestos a ser consumidores pasivos. Con frecuencia, los resúmenes de la contracubierta del libro señalan la capacidad coercitiva y agresiva del texto: no podrás dejar de leer, te golpeará en el estómago, te electrizará, te volará la cabeza, se te parará el corazón. Ni que estuvieran hablando de tortura con electroshock. ¿Qué puedo recomendar? Confía en tu historia; confía en ti mismo; confía en tus lectores. Pero con sabiduría. Confía con cautela, no ciegamente. Confía con flexibilidad, no con rigidez. Todo este asunto de escribir una historia es un ejercicio de equilibrismo: estás en mitad del aire, caminando sobre una cuerda floja de palabras, mientras los demás te miran desde allá abajo, en la oscuridad. ¿En qué puedes confiar sino en tu sentido del equilibrio? [1] Y, por supuesto, leyendo historias. Leer —leer las historias que han escrito otros escritores, leer voraz pero críticamente, leer lo mejor que existe y aprender de ello de cuántas maneras buenas y diferentes se puede contar historias— es tan esencial para ser escritor que siempre me olvido de mencionarlo; así pues, lo hago en esta nota al pie. [2] Por ejemplo, lean Guerra y paz. (Si no han leído Guerra y paz, ¿a qué están esperando?) La más grande de todas las novelas se ve interrumpida de vez en cuando por la voz del conde Tolstói, que nos dice lo que deberíamos pensar sobre la historia, los grandes hombres, el alma rusa y demás cuestiones. Sus opiniones resultan mucho más interesantes, convincentes y persuasivas cuando las absorbemos inconscientemente a partir de la historia que cuando se presentan como conferencias. Tolstói era un escritor sumamente seguro de sí mismo, y con razón, y buena parte de la potencia y belleza de su libro procede de sus personajes. Hacen lo que tienen que hacer, y solo lo que tienen que hacer; y con eso basta. Pero las serias convicciones del autor parecen haber debilitado su confianza en su capacidad de insertar esas ideas en la historia; y esas faltas de confianza son las únicas partes sosas y poco convincentes de la más grande de todas las novelas. © Ursula K. Le Guin: A Matter of Trust (Una cuestión de confianza), charla impartida en un taller literario en Vancouver, Washington, en febrero de 2002. Publicado en The Wave in the Mind: Talks and Essays on the Writer, the Reader and the Imagination, 2004. Traducción de Martin Schifino. https://www.mondoescrito.com/blog/una...

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