Miércoles 28 de Agosto de 2024 / El cruce del río Jordán
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Tomad de aquí de en medio del Jordán, del lugar donde están firmes los pies de los sacerdotes, doce piedras… y levantadlas en el lugar donde habéis de pasar la noche.
El cruce del río Jordán
Estas doce piedras fueron tomadas del lecho del río, del lugar donde estuvieron parados los sacerdotes que transportaban el arca. Fueron erigidas en tierra seca como recordatorio para las futuras generaciones de que el arca permaneció inmóvil en medio del lugar de la muerte, permitiendo que el pueblo pasara al lugar de la vida.
Estas piedras hablan elocuentemente de nuestra condición anterior y de lo que Dios ha hecho por nosotros. Jesús, la verdadera arca del pacto, ocupó nuestro lugar en la muerte para liberarnos para siempre de ella y para que estemos con él en la vida de resurrección. Todo esto fue impulsado por el amor, un amor que las muchas aguas no pueden apagar, y que no pudo ser extinguido por las olas de la muerte (Cnt. 8:7). Si las aguas de la muerte no pudieron extinguir la llama ardiente de este amor, tampoco el paso del tiempo puede disminuir su brillo.
Las 12 piedras fueron levantadas como recordatorio fuera de las crecientes aguas del río Jordán. Se erigieron en la tierra prometida, donde el pueblo recibió las abundantes bendiciones de Jehová. Estas piedras también simbolizan la posición del cristiano. Ya no estamos bajo condena de muerte y muertos en nuestros “delitos y pecados” (Ef. 2:1), sino en Cristo, en la plena luz del favor de Dios. Este lugar de bendición no se ha obtenido por nuestros propios méritos u obras, sino que es Dios quien nos ha establecido en Cristo, nos ha ungido, nos ha sellado y nos ha dado su Espíritu como garantía “de nuestra herencia” (Ef. 1:13-14 NBLA). Hemos sido hechos aceptos en el Amado y hemos sido bendecidos con toda bendición espiritual en los lugares celestiales en Cristo (Ef. 1:3-6).
Quizás no comprendamos totalmente el significado de todo esto, pero es algo maravilloso y extremadamente bueno. Es lo que Dios ha hecho por nosotros, y de tan solo escucharlo, nuestros corazones se aceleran y se llenan del anhelo por participar en toda esta alegría.
J. T. Mawson
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